¿Estás en tí? Cállate.
Padre mio, de rodillas os pido que me escúcheis una palabra sola.
¡Escucharte! ¡Necia, malvada! Oye, el juéves irás á San Pedro, ó no me volverás á mirar la cara. No me supliques ni me digas una palabra más. El pulso me tiembla. Esposa mia, yo siempre creí que era poca bendicion de Dios el tener una hija sola, pero ahora veo que es una maldicion, y que áun ésta sobra.
¡Dios sea con ella! No la maltrateis, señor.
¿Y por qué no, entremetida vieja? Cállate, y habla con tus iguales.
A nadie ofendo... No puede una hablar.
Calla, cigarron, y vete á hablar con tus comadres, que aquí no metes baza.
Loco estás.
Loco sí. De noche, de dia, de mañana, de tarde, durmiendo, velando, solo y acompañado, en casa y en la calle, siempre fué mi empeño el casarla, y ahora que la encuentro un joven de gran familia, rico, ga-