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ROMEO
PÁRIS.

Vengo á cubrir de flores el lecho nupcial de la flor más hermosa que salió de las manos de Dios. Hermosa Julieta, que moras entre los coros de los ángeles, recibe este mi postrer recuerdo. Viva, te amé: muerta! vengo á adornar con tristes ofrendas tu sepulcro. (El paje silba.) Siento la señal del paje: álguien se acerca. ¿Qué pié infernal es el que se llega de noche á interrumpir mis piadosos ritos? ¡Y trae una tea encendida! ¡Noche, cúbreme con tu manto! (Entran Romeo y Baltasar.)

ROMEO.

Dame ese azadon y esa palanca. Toma esta carta. Apenas amanezca, procurarás que la reciba Fray Lorenzo. Dame la luz, y si en algo estimas la vida, nada te importe lo que veas ú oigas, ni quieras estorbarme en nada. La principal razon que aquí me trae no es ver por última vez el rostro de mi amada, sino apoderarme del anillo nupcial que aún tiene en su dedo, y llevarle siempre como prenda de amor. Aléjate, pues. Y si la curiosidad te mueve á seguir mis pasos, júrote que he de hacerte trizas, y esparcir tus miembros desgarrados por todos los rincones de este cementerio. Más negras y feroces son mis intenciones, que tigres hambrientos ó mares alborotadas.

BALTASAR.

En nada pienso estorbaros, señor.

ROMEO.

Es la mejor prueba de amistad que puedes darme. Toma, y sé feliz, amigo mio.

BALTASAR.

(Aparte.) Pues, á pesar de todo, voy á observar lo