si sabria cumplir con mi obligacion. Pero él, orgulloso y testarudo se envuelve en mil retóricas hinchadas y bélicas metáforas, y acaba por decirles que no, fundado en que ya tiene su hombre. ¿Y quién es él? Un tal Miguel Casio, florentino, gran matemático, lindo y condenado como una mujer hermosa. Nunca ha visto un campo de batalla, y entiende tanto de guerra como una vieja. No sabe más que la teoría, lo mismo que cualquier togado. Habilidad y práctica ninguna. Á ese ha preferido, y yo que delante de Otelo derramé tantas veces mi sangre en Chipre, en Rodas y en otras mil tierras de cristianos y de gentiles, le he parecido inferior á ese necio sacacuentas. Él será el teniente del moro, y yo su alférez.
¡Ira de Dios! Yo mejor seria su verdugo.
Cosa inevitable. En la milicia se asciende por favor y no por antigüedad. Decidme ahora si hago bien ó mal en aborrecer al moro.
Pues entonces, ¿por qué no dejas su servicio?
Sosiégate: le sigo por mi interes. No todos podemos mandar, ni se encuentran siempre fieles criados. A muchos verás satisfechos con su condición servil, bestias de carga de sus amos, á quienes agradecen la pitanza, aunque en su vejez los arrojen á la calle. ¡Qué lástima de palos! Otros hay que con máscara de sumision y obediencia atienden sólo á su utilidad, y viven y engordan á costa de sus amos, y llegan á ser personas de cuenta. Éstos aciertan, y de éstos soy yo.