Sí, sí, ella volverá y llorará, porque sabe llorar, caballero, sabe llorar, y es muy humilde, muy sumisa, como antes deciais. Llora, llora más.—Esta carta me manda volver... ¡Oh perfidia astuta!—Me mandan volver.—Retírate. Luego nos veremos.—Obedezco. Volveré á Venecia. ¡Lejos, lejos de aquí, Desdémona! (Se va Desdémona.) Casio me ha de suceder. Esta noche venid á cenar conmigo. Bien venido seais á Chipre. (Aparte.) ¡Monos lascivos, esposos sufridos!
¿Y este es aquel moro, de quien tantas ponderaciones oí en el Senado? ¿Este el de alma severa, firme é imperturbable contra los golpes de la suerte ó los furores de la pasion?
Parece otro.
¿Estará sano? ¿Habrá perdido la cabeza?
Es lo que es. No está bien que yo os diga más. ¡Ojalá que volviera á ser lo que ha sido!
¿Cómo podrá haberse arrebatado hasta el extremo de golpear á su mujer?
Mal ha hecho, pero ojalá sea el último ese golpe.
¿Es costumbre suya, ó efecto de la lectura de la carta?