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LAS ALEGRES COMADRES

criado, pues todo tú eres mi sirviente, vé á servir á mi primo Pocofondo. (Sale Simple.) Un juez de paz puede alguna vez quedar obligado á su amigo por un sirviente. No tengo á mi servicio sino tres criados y un muchacho, hasta que muera mi madre: pero ¿qué importa? Sin embargo, vivo como si fuera un caballero de cuna pobre.

Ana.—No entraré sin vos, señor. No se sentarán á la mesa hasta que hayáis llegado.

Slender.—Á fe mía, no comeré. Os agradezco, sin embargo, como si comiera.

Ana.—Os suplico, señor, que entréis.

Slender.—Me agradaría más pasear aquí. Os doy las gracias. El otro día, jugando á la esgrima, con espada y daga, con un profesor de armas, me lastimé la cara. Habíamos apostado en tres asaltos un plato de ciruelas guisadas. Desde entonces no puedo soportar el olor de las viandas calientes. ¿Por qué ladran vuestros perros? ¿Hay osos en la ciudad?

Ana.—Pienso que sí, señor. He oído hablar de ellos.

Slender.—Me agrada bastante la diversión de cazarlos; pero en ella soy tan pronto en enfadarme como el hombre que más en Inglaterra. Un oso suelto os intimida ¿no es verdad?

Ana.—Ciertamente que sí, señor.

Slender.—Eso para mí es ahora como comer y beber. Veinte veces he visto suelto á Sakerson, y lo he cogido de la cadena; pero os aseguro que las mujeres han gritado y chillado tanto, que era sobre toda ponderación. En verdad las mujeres no pueden sufrirlos. Son animales bastante feos y rudos.

(Vuelve á entrar Page.)

Page.—Venid, querido señor Slender, venid. Os esperamos.

Slender.—No quiero comer nada. Os doy las gracias, señor.