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JULIO CÉSAR

casa. Enviaremos á Antonio al Palacio del Senado y dirá que no estáis bien de salud. Dejad que os ruegue de rodillas el concederme esto.

César.—Marco Antonio dirá que no estoy bien y me quedaré en casa por complacerte. (Entra Decio.)—He aquí á Decio Bruto que les dirá así.

Decio.—Salud ¡oh César! Buenos días, digno César. Vengo á conduciros al Senado.

César.—Y llegáis muy á tiempo para llevar mi saludo á los senadores y decirles que no iré hoy. Que no puedo, sería falso; y que no me atrevo, más falso aún.—No iré hoy: decidles solamente esto.

Calfurnia.—Decid que está enfermo.

César.—¿César enviar una mentira? ¿He llevado tan lejos las conquistas de mi brazo, para que tema decir la verdad á unos cuantos ancianos? Decio, id á decir que César no irá.

Decio.—Dejadme alegar alguna causa, poderoso César, para que al dar el mensaje no se burlen de mí.

César.—La causa es mi voluntad.—No iré. Esto basta para satisfacer al Senado. Mas para vuestra satisfacción particular os haré saber, pues os tengo en afecto, que es mi esposa Calfurnia quien me retiene en casa. Soñó anoche haber visto mi estatua, de la cual manaba, como de una fuente de cien bocas, un raudal de sangre; y á muchos vigorosos romanos venir á empapar sus manos en ella. Y creyendo que esto significa pronósticos, portentos y peligros inminentes, me ha suplicado de rodillas que permanezca hoy en casa.

Decio.—Errada interpretación ha dado al sueño. Ha sido más bien una buena y afortunada visión.—Vuestra estatua manando sangre por cien partes, significa que la gran Roma recibirá por vos nueva sangre vivificadora; y que grandes hombres se apresurarán por