102 STELLA la luz, pudo cerciorarse que óste se elavaba fijamente en una dirección, y que sa persisten: cia tenía el desiguto de atraer otros ojos que estaban en la sala,
'n momento después se reflejó una mano. que estiraba uno por uno sus cinco dedos de marfil. Comprendió que esa mano decía « cinco », que la rubia cabeza se movía para acentuar la cifra; y no vió ya nada más. Miró 4 la sala; levantábase Enrique, que atravesó el hall y suvió muy rápida mente la escalera, Todo esto lo dejaba per' Tectamente indiferente, ¡Si habría visto señas y "uánifestaciones de mujer, con espejo y sin espejo... él
Oy6 la voz de su hermana Carmen:
María Luisa, pide el té, mi hijita; que lo sirvan eu el ball... Ana María llama 4 Alex, y dí á tu padre que venga á tomar su mate aquí con nosotros; que no están de fuera más que Máximo y Clarita.
El sirviente trajo la alta mesa llena de ob- jetos de cristal, porcelana y plata, Salieron las señoras y rodearon al hermano y al tío, que tiró el cigarro y recogió las piernas.
María Luisa y Elena, llenaban las tazas con ese líquido aromático, exquisito, que se hace imprescindible para quien lo prueba una vez; las otras pasaban bizcochos y tostadas.
—Te esperábamos impacientes, hijo, dijo misia Carmen á su marido, que venía con Ana María colgada del brazo, al mismo tiem-