10 STELLA
Clarita se despidió.
—Yo también me voy, dijo Máximo.
—Quédate, hombre, á comer, pidióle Don Luis.
—No puedo, vendré mañana á almorzar.
—Sí, quédate, insistió misia Carmen; esta- mos solos,
—No te vayas tío, pedían las sobrii
—No puedo; Montero y Espinosa, que está como yo en el Grand Hotel, se ba convidado 4 comer conmigo.
—A.... fué la exclamación general, y du- rante varios segundos quedó todo en suspen- so. Misia Carmen, hizo esta pregunta 4 Enri- que, que hojeaba una revista de sport, casi acostado eo un sofá, en un tono que la con- vertía en recriminación:
—No has ido todavía Enrique, á saludar á tu amigo de colegio?
—Luego iré, mamá. Los encontraré de so- bremesa, y tomaré con ustedes el café, M ximo.
—Ven á comer, más bien.
—Tengo gue vestirme para la Opera Jesús Enrique! le dijo Ana María en una risa de burla. Ni que fueras Elena ó Isabel. Para ponerte el frac necesitas tres horas!
—Ya te he dicho, chiquilina, que no te me- tas conmigo, le replicó irritado; te puede cos- tar muy caro,
—Les he pedido veinte veces que no dis- puten, por Dios! exclamó D>2 “is. Tú,
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