STELLA. 1
parese que sería éste el caso de tirar la capa preguntaba señalando la joven á los dos hijos de Madrid.
—Esta niña tiene la belleza de la rubia y la gracia de la morena, contestó el primero con la galantería de un hidalgo.
—Bs la gracia de la madre, dijo don Luis Y su sonrisa, que no era nunca alegre, se hizo
triste.
—Y de la madre patria! agregó don Pepe, con un entusiasmo de castellano viejo. ”
—016, OI6! repetía Alberto.
Todo esto hacía una reunión aparte, llena de jovial animación.
La orquesta preludiaba un vals. El com pañero de Alex no sabía bailar. Alberto pre- guntá:
—Xo se anima, prima, á que demos una vuelta los dos? Mi amigo González, su. com pañero, no puede hacerla víctima de su igno- rancia. S? Con permiso del tío... . y en ausen- cia de mi mujer!
—Tienes el permiso del tío, Es tan lindo sentir revolotear la juventud á nuestro alre. dedor, contestó don Luis, que reía de buena gana, como los otros, de las ocurrencias de Alberto.
El vals dilataba su voz, la esparcia, tenta- dora, apasionada, después imperativa como un ¡lamado. Los dos jóvenes la obedecieron, lanzándose en su torbellino musical, Los cua- tro viejos amigos, Carlos y González, se ent