150 obligadas atenciones. Montana esperaba que su hija, cubierta ya con su salida de baile, de brocato y pieles, concluyera de despedirse, Alex apareció en la puerta con Enrique, que le hablaba calurosamente y accionando mu- cho. Dela fisonomía de la joven había des- aparecido su preciosa serenidad, pecibíase una pequeña contracción en sus cejas, la ex- presión de su rostro se había marchitado como la flor de caña de su seno, que iba pare- ciéndose ahora, extendida allí, á ina blanca mariposa agonizante.
Enrique entregado todo á su conversación, olvidaba ofrecer á Clarita acompañarla has» ta su carruaje. Misia Carmen tosió con mua discreta indiscreción, y miró á su hijo, quien se acercó muy ligero á su prometida, á la que no escapó la tos y la mirada. Altanera rechazó su brazo, aceptó el de otro de los adorado- res del vellocino de oro, que la disputaban 4 Enrique, y con un saludo serio salió á to- ar su carruaje.
—Mis respetos, señorita Fussller, dijo 4 Alex el padre que la seguía, iuclinándose como ante una princesa,
¡Ah! murmuró ella, en ese sobresalto que produce en el que duerme sentirse nombrar, Buenas noches, señor Montana, dijo después, con ima amabilidad que parecía traída de muy lejos
—¡Ahora arde Troya, hermano! prorrum-
pió Alberto, que permanecía con Máximo en