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deesto hoy. Muy pronto sabrás la verdad.

Corrió hacia su madre, la abrazó por la es- palda, y terminó despacio:

— ¿No hablemos más, quieres, mamacita? Muy pronto sabrás toda, toda la verdad

—Y hemos olvidado al suegro de Enrique, dijo Elena para desviar el tema desgraciado.

—Sería un gran partido para Alex, res- pondió Isabel, que dejó entrar inmediatamen- te ensílaidea, como un apaciguamiento.

— ¡Un partido regio dí, niña, acentuó Mi- cacla, muy hábil para encontrar adjetivos relumbrantes.

—Regía ha estado la fiesta, observó Enri- que, que como buen egoísta detestaba la dis- cusión.

¡pero faltaba Emilio! Y para recor

darlo, la voz de Ana María se entristeció.

— ¡Pobre mi hijito; en el campo y con tanto frío! fué la exclamación que salió del fondo del alma de la madre, Toda la noche lo here- cordado. Ñ

—Y yo también, dijo María Luisa. ¡Qué mona estaba Sarita Blanes, que le gustaba tanto 4 éll

No hubo uno, uno solo entre esta familia tan indisciplinada, pero tan amantemente anida, que no tuviera un recuerdo de íntima ternura para el ausente.

—El único lunar ha sido la desatención de los dueños de casa con las señoras, insinuó Carmencita, siempre inoportuna.