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185 STELLA

Sintió entonces todo el horror de su orfan- dad, temió álo que ignoraba, sintió el soplo frío de lo desconocido; lo desconocido del mundo de los hombres,

Conoció los desvelos, las agonías solitarias en la sombra, las visiones agrandadas por la noche, la sensación del aniquilamiento de sus energías en la impotencia, el abandono, en el desaliento del cuerpo y del alma; los brazos que caen, los ojos que se cierran, el pensamiento que se fija.

Descubrió ea su frescura, 4 la luz del día, las huellas de sus preocupaciones nocturnas, las mismas que había visto en el rostro marchito de su tío Luis.

Su corazón rechazó el odio, pero acogió la repulsión y el desprecio; y era de este senti- miento que tenía el alma dolorida. Pre- guntábase ingenuamente cómo debería su- frirse con el propio desprecio, si tanto se su- fria al despreciar á los otros. La pobre ignorante creía que, necesariamente, en cada pecho tenía que albergarse una conciencia,

«¡No, no, ni un día más! ¡Alejarme, irme de esta casa...» «¿Dónde vas con Stella?» Era éste el diálogo que hacía un mes se te- nía eu su interior entre su justa indignación y lo imposible.

Por primera vez su carácter cedía ante una imposición contraria á sus convicciones; era la imposición de la necesidad triunfan- te en el combate de sus sentimientos y sus