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qué? La humillación, ¡Sí enla humillación estaba su deber, y esta humillación la enal- tecíal Exaltábase su espíritu ante su propio sacrificio.... ¡Esta humillación la degradaba también ante los otros! Caía su exaltación hecha pedazos.

«No debemos nunca juzgar la conducta ajena, mi bija. No dehersos nunca decir: yo no haría lo que aquél hace, ó yo haría lo que aquél deja de hacer, ¿Sabemos acaso qué fuerza lo obliga 4 hacerlo, qué fuerza le impide hacerlo? ¿Sabemos lo que nos veríamos obligados á hacer ó 4 dejar de hacer nosotros en igual caso?»

Así combatía su padre la intolerancia. Est

taba su hija, su propia Alejandra, hoy en el «caso», y enél bajaba la cabeza ante su sa- biduría bondadosa y previsora, ¡No podía quedar! ¡No podía ir! Compa- rábase á un prisioncro anhelante de liber- tad, y que al conseguirla, ya en la puerta, sele mostraron fieras prontas para devorar- lo al traspasar el dintel. ¿Para qué le servía á ese hombre la libertai?

De repente sentíase sacudida por una es- pecie de actividad, que la engañaba dándole la ilusión de conducirla á alguna parte; era sólo una actividad mental que lanzaba im- petuosamente su espíritu al espacio, el que ibaá estrellar sus alas contra los barrotes de su prisión moral... Volyía al desaliento, la gran aflicción de las almas fuertes. 7