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STELLA 195 bombones y obliga á la camay y cada vez que lo veía llegar, ó veía algún caballero con aire de doctor, se lanzaba en sus inacabables re- verencias, y á proclamar la excelencia de su salud.

Iba en brazos de su camarada Roberto Wernicke, el amigo de los niños y de los enfermos, el médico de corazón y de concien- cia, á quien reconocía desde lejos, porqug sahía que era alto, delgado, fuerte y pálido; que tenia ojos chicos con uma gran mirada que descubría llaguitas invisibles en su gar- ganta, nanas sin dolor en su estómago, y entraba hasta adentro del corazón de su abuelo. Y también sabía que sus manos eran graudes, blandas y suaves; que hablaba muy ligero y se balanceaba para caminar con un paso tan largo, que tenía que correr para alcanzarlo; que era muy friolento, y que tal vez por eso sería que andaba siempre metido en un gran paletó.

—Lo que tiene Pepito es sarampión, sen- tenció el doctor, un rato después, Si no se saca 4 los otros chicos, tenemos sarampión para diez años, ¡Con que afuera la chamuchi- na! Y Stella la primera... Ahí tiene, señora, salvada la situación: se va Alex con todos al «Ombú». Tienen, en esa estancia, campo y mar.

Convínose así. Emilio había llegado; se encargaba de los asuntos de su padre. Alex vió entonces abierto el cielo; si no era la solu-