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conchilla apisonada que era el patio, en- cuadrado por los árboles seculares, muy dis- tantes uno de otro.

Como símbolo de una raza desaparecida, manteníase de pie, aislado, triste y altivo en su augusta ancianidad, el inmenso ombú que dió su nombre á la estancia.

Avenidas de álamos, de eucaliptus, y de pinos conducían por cuatro costados al « vergel » : el monte de duraznos, pelones, ci- ruelas, higueras, damascos, peras y manza- nos cuyas ramas se inclinaban al peso de /us frutos ; y hacia los grandes parrales ago- dos por sus pámpanos.

Por todas partes nuestro cielo azul sobre las cabezas, y la alfombra verde y suave de nuestros campos debajo de los pies.

Los niños más grandes salían á medio vestir, los más chicos llamaban, Un rato después, correteaban en libertad inspeccio- nando todos los rincones, estrenando sus hondas, colgando sus columpios de los ár- holes.

Eugenia, la señora del mayordomo—Gil belto Rauch—una buenísima mujer, madre e dos mujercitas y de dos varones, simpa- tizó desde el primer momento con Alex y la llenó de atenciones. Los chicos, que vie- ron á Stella hesar los hijos de Engenia, be- sánronlos también, y ahímo más se hicieron amigos.

El mayor, inteligente y educado, obse-