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Página:Duayen Stella.djvu/212

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208 STELLA toda intención, incapaz de una intriga 6 de una deslealtad; era por eso, que no se reba- jaría 4 justificarse jamás!

Sentía todavía, sin embargo, que no tenía la fuerza, porque existía su hermana, de rom- perlos lazos quela ataban 4 aquellos que tanto mal le hacían. Para olvidar el deber de velar por la tranquilidad de esa existen- cia, habria sido necesario, no el estiletazo que hiere dejando el cerebro despejado, sino uno de esos golpes de maza que lo aplasta, entor- peciendo muestras ideas, y toda noción de bien y de mal.

Una mañana que enseñaba á sus dicípulos delante de una habitación de hormigas recien abierta, las cosas dela vida de tan laborio- sos individuos, que sólo eran creídas porque su maestra las contaba, llegó el correo con varias'cartas. Abrió una de ellas en papel violeta y púsose á leerla... Levantó la ca- beza como tratando de entender... volvió 4 leer... entojeció, y despidieron relámpa- gossus ojos... empalideció, lanzó un grito ahogado, mordió su pañuelo, tembló toda entera, cayó sobre el banco; y ahí entre los niños soltó un amargo llanto.

Estos quedáronse temblorosos también, perplejos y azorados por algo tan triste y tan extraordinario... Pasado el asombro co- wrieron á su Alex y lloraron con ella.

Todas las infamias que los seres capaces el anónimo reservan para el anónimo, man-