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SIELLA 20

Una semana de lluvias contímuas, que la obligaron al encierro, aumentó su estado morboso, en el que había excitaciones y desfallecimiento. Pasaba los días recostada en su sillón sin desplegar los labios.

Los niños se miraban entre sí, sin decir una palabra, mústios y entristecidos, bajando las voces, caminando despacio, respetando así algo que había en Alex que ellos no debían comprender. Stella jugaba para ocultar lo que sentía, viendo 4 su hermana indiferente: su inmensa pena por la inmensa pena oculta en Alex,

La lluvia cesó, soplaba un pampero suave y fresco, y había muchas nubes todavía. Alex »o permitió que se sacara á Stella al patio, y los demás quedáronse en la sala á jugar con ella.

Salió, y sus “pasos la condujeron al cami- no de la playa; siguió caminando maqui- nalmente y se encontró en la orilla, Allíse abismó en la contemplación del mar pálido y frío de ese día sin sol, que le pareció impla- cable como su destino. Esa contemplación la transportaba á otro mar más pálido y más frío: el blanco mar inmóvil que apresó á su padre.

En medio de tan poderosas impresiones llegó á su oído una vocecita triste que se lamentaba. .... la vocecita lloraba desespera- damente ya más cerca... ¡y qué débil, y qué frágil, y qué fina! Volvió la cabeza y vió