SILLA ar adoptaba. ¡Guay! al que se hubiera atrevido 4 burlarlo óá hacerle un mal; los demás 1 hubieran «liuchado» ciertamente.
Era ua cuadro de intensa poesía el de esa joven elegante con su vestido claro, y sus cabellos al viento, errante por los campos seguida de sus discipulos, confundidos los pequeños desheredados con los pequeños he- rederos de casa rica, igualmente atentos £ las lecciones de esa maestra gentil, Verla detenerse á cortar una for, agacharse 4 re coger una piedra, correr detrás de algún in- secto, deshacer esa flor para estudiar con ellos sus órganos delicados; explicarles las costumbres y las metamóríosis de ese insec- 10; la existencia inerte de esa piedra.
Enseñarles que la tierra es redonda, se lándoles las velas del barco que aparecían primero que él en el horizonte, y en la profun- didad sin límites de los cielos los secretos lu- ninosos de los astros.
Concluía siempre con una palabra afectuo- sa, y que establecía una íntima solidaridad en el presente y en el futuro, entre ella y sus discípulos,
Por ejemplo, ante un nido: «Esta mancha blanca que encontramos dentro de este huevo es el «germen»; de ella hubiera nacido un pi choncito si no le hubiéramos abierto impía. mente para estudiarlo. Yo volveré á us: tedes todos los años, como las golondrinas en primavera, Veré entonces con placer los