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EN STELLA Ss

¡Iban á entrar! ¡Iba £entrar la policía y á descubrirlo en el escondite que sólo co- ocíamos su mujer, mi madre y yo!

Me debatía enla impotencia. ¿Qué podía hacer yo, pobre cura de aldea, antelo irre- mediable?. ....¿ Qué hacer?. ...¿Qué hacer?... Estaba en el cuarto de mi hermano: enese momento ví claro el porvenir. Mi madre muriendo en la desesperación y en la miseria; miseria igual 4 la de Ja esposa y de los hi- jos. La esposa, María, dos veces mi herma- na, arrastrando con sus tiernos hijos su ver- gúeoza. Clemencia, mi ahijada, mi adorable «hijada, la pura flor del hogar, marchitán dose en el menosprecio antes de haber vivido.

¡ Montón de víctimas inocentes! ¿Y todo por qué? ¡Por un mal momento del hijo, del esposo, del padre; por un segundo de faqueza humana, de enceguecimiento animal!

¿Qué hacor......qué hacer?......En mi dolor impotente caí de rodillas exclamardo: +'¡ Señor, Señor, manda un rayo de tu luz que penetre las cavernas de mi entendimiento 1»

¡ De repente, con una rapidez de relámpa- Ko, se hizo en mí la luz que Él enviaba, y me impulsó su fuerza! Sobre la cama estaba eltrajeque el desgraciado se había sacado ; me lo pase, cambiándolo con misotana. Me miré al espejo: no era ya Juan, era Pedro. Escribí una carta para nuestra madre, dejó llegar el ecepúisculo, y salí.

Desde la puerta alcancé








ver tres homo