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¡Tía Dolores! tía Dolores! gritó Albertito, quien, desde el banco rústico en que estaba sentado bajo los árboles, leyendo 4 Ivanhoe, primera novela que ponía Alejandra en sus ma- nos, había divisado desde hacía rato un ca- rruaje quese acercaba en la dirección de la cas sa, y en cuyo interior reconoció, cuando fran- ueaba la tranquera, la figura delgada, la gorra de crespón, el pañuelo en punta de la buena hermana de su abuela. Tiró el libro, corrió á su encuentro y se trepó al estribo,
Miguelito, que más lejos se ejercitaba en la ballesta, persiguiendo 4 todo bicho. viviente, repitió: «¡Chicos, tía Doloresl» Y cuando és- ta bajaba, enredada en sus vestidos yen sus paquetes, desde la alta torre de su evolan- ta», al pie la esperaban reunidos ya doce so- brinos, que se le colgaron del pescuezo, atur- diéndola con sus exclamaciones de contento.
Alex acudió á socorrerla, y llegó justa- meate á tiempo de salvarle la gorra caída sobre la oreja izquierda, el abanico pisotea- do en tierra, y casi la vida, desabrochando