STELLA E) ciendo un gesto malicioso hacia ellado de su maestra.
— ¡Unicamente Alex! apoyaron los demás con orgullo,
Era conocida entre ellos, la resistencia que ponía muchas veces á programas de Máximo, el que no conseguía hacerla ceder.
—Es que soy responsable de lo que pudie- ra pasarle á cualquiera de ustedes, y si esto llegara á suceder, por no haber sabido contra- tiarme, contrariando al viejo tío 64 mis hi jos, no me consolaría nunca.
Dolores aprobaba con la cabeza, y sonreía con la expresión candorosa é infantil que la hacía parecerse á sus sobrinos, sus nietos casi.
El día se pasó muy rápido. Al siguiente, des- pués del almuerzo, dejando 41os niños al cui- dado de Eugenia, Alex subió con Dolores al mismo carricoche, que partió al tranco largo de sus tres caballos, seguido de aquéllos, que corrieron detrás hasta perderlo de vista.
—¿Está muy lejos el puesto donde vamos? preguntó Alex al cochero.
—No, señora, quedará como á quince cua- dras de las casas.
—Entonces me volveré 4 pié. Bl día está tan lindo así nublado, y me gusta tanto cami- nar!
—¡No, mi hija, qué esperanza! Mire, coche- ro: después de dejarme, vuelve usted á buscar 4 esta niña, yla lleva con mucho cuidado 4