28 STELLA
que en la luz, lo mismo en la soledad que en la buena compañía,
Vestida de blanco, con sus cabellos rubios muy levantados sobre su cabeza, el cuello desnudo y un gran ramo de rosas en la cin- tura, justificaba más que nunca el nombre cou que la había bautizado Máximo: Señorita Primavera.
Un traje claro de franela, un sombrero de paja, un pimpollo de las rosas de Alex en el ojal; una expresión de contento, un gran bri- llo en los ojos, una gran sonoridad en la voz; una extraordinaria agilidad en los movimien- tos, una sensibilidad alerta, una nerviosidad vibrante, prestaban al señor Crepúsculo nue- va juventud, que los otros notaban y que él sentía.
El champagne se servía; los más chiquitos reían á las burbujas de sus copas, sin atrever- se á probarlas.
Había llegado el momento de los brindis. Albertito púsose de pie y dijo, imitando á un orador que ofreciera un banquete:
«Señor Quiroz: Me ha cabido el alto honor de ser designado por las damas y caballeros aquí presentes, para presentaros sus felicita- ciones en el día dichoso de vuestro natalicio, Cumplo mi cometido lleno de placer, de emo- ción y de gratitud, al recordar lo yue sois y cómo sois; lo que siempre habéis sido con nosotros. ¡Porque sois así es que estáis en buestros corazones!