STELLA «41 praba á un usurero de la peor especie la vi- da de mi tío y el honor de su casa. Enrique, 4 quien éste había entregado hacía tres me- ses el dinero para levantar el documento fatal, lo había jugado, Atolondrado, y de
inteligencia cerrada á toda luz, como usted sabe bien que es su sobrino, olvidó la fecha de su vencimiento, y cuando yo le con- té aquello del protesto, en la imposibilidad de pagarlo, imitó la firma de mi tío.
Máximo, mudo, tenía en los ojos, clavados enAlex,uva fijeza fascinadora y atento; oa. oía... quería ofr hasta el fin!
—No olvidó, no, el otro vencimiento; bus- có el dinero y no encontrándolo esperó. «¿0 iba á hacer?» me contestó. Sí, qué iba á hacer?.... Bien sabía que un padre no man- da un hijo á la cárcel. ... Pero yo sabía tam- bién que mi tío, que el padre de mi madre, que ese hombre todo bondad mo podía sa- berlo, y en vez de perder tiempo en repro- ches, empujé al mal hijo á buscar los me- dios de evitarle tal amargura, Los hechos más corrientes y más simples resultan com- plicaciones en las horas de tribulación; ca- sualmente su llegada y la visita de Clara ese día, que obligaban á Enrique á ocuparse de ella y de usted, no le permitían atender al usurero que dehía venir 4 tratar el asunto con él y tuve yo que hacerlo. Recuerdo co- mo si pasara ahora, que al manifestarme ese hombre que el dinero de que disponía eé-