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STELLA » se reflejaba nunca la malicia, tenían los cam- biantes verde, azul, violeta y oro de los de Gustavo.

El seno desenvuelto, las formas ya acusa. das, no quitaban nada 4 la flexibilidad deli- cada de su figura, que tenía toda la esbeltez de ina ánfora. En su soltura de mujer bien hecha, en su amable gracia, en su belleza, en ella toda, había una seducción que no tur- baba.

Llegó el momento de su entrada en el mundo,

Así, toda iluminada poz su juventud, com el vestido y el velo blancos tradicionales de las niñas nobles, atravesó el salón de corte, lleno de concurrencia, del brazo de su pa dre que la conducia para presentarla á su soberano.

El viejo rey sintió como un súbito reju- venecimiento á la aproximación de esa her- mosa frescura, que se inclinaba ante él sin cortedad, y dijo, en una voz que llegó muy pronto 4 los oídos de los cortesanos: «quisie- ra disponer de una condecoración á la belle: za gentil para ofrecérsela».

Tenía ya otra quela enorgullecía. Un bra- zalete de hierro con las palabras, en oro, del proverbio Armenio: «La buena hija vale por sí sola más que siete hijos», que su padre pu- so en su brazo izquierdo, el día que terminó sus estudios, y que no se quitó nunca des- pués.