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“0 STELLA

un beso la boca, de donde salían tantas pa- labras doradash»

Entraron á Italia. Deseó sola con su pa- dre, libre hasta del guía que no necesitaban, visitar los antiguos monumentos; recibir con su maestro la impresión intensa y honda.

Llevó después á su madre. Ana María había recibido un barniz muy leve de instrucción. Un francés, que habló recién en Europa, un poco de geografía—la tierra es redonda; los continentes son cinco; qué es una isla?... Otro poco de historia—Colón descubrió la América; San Luis, rey de Francia; Isabel mandó ejecutar por celos 4 María Estuardo; Napoleón—á tocar el piano y á pintar en seda. Más tarde al lado de Gustavo, apren- dió algo más; pero aprender no es compren- der, Cuando llegó á Italia, sabía ya que César conquistó las Galias, que Nerón incendió 4 Roma; pero en su cabecita no cabía la idea de aquel inmenso mundo desaparecido.

Alejandra le explicaba su historia como se explican las leyendas 4 los niños: achicaba, achicaba para ella las grandes narraciones. «Mamá síbes cuántos gladiadores murieron el día que Tito inauguró este anfiteatro? Dos mil... Sábes cuántas fieras? Cinco mil... sábes cuántos días duraron las fiestas? Cien,

Y para que se diera bien cuenta de las gi gantescas proporciones y de la capacidad del enorme fantasma: «Cabían aquí, en el Coliseo, cien mil personas, mamá.»