ss STELLA
bría sido moreno sin la palidez transparente quelo emblanquecía, no la amarillosa de la cera, sino una palidez fresca de flor. Su boca exa la de su madre, mas solo en la forma, aquelía no se entreabrió sino para sonreir, ésta había conocido ya las crispaciones del dolor. Su naricita, levantábase un poco al aire, sólo lo suficiente para dar á esa fisono- mía, una gracia infantil, que algo mitigara la demasiada gravedad de su expresión.
Sn frente ancha y fogitiva, abríase en las sienes, antes de perderse en un nido de cabe- llos obscuros con reflejos. Los ojos... Ah! los grandes ojos de Stella, color del ambar, que parecian más bien dar que recibir la luz... La expresión de esos ojos dolientes, de una infini- ta dulzura, en los que no había sombras, no se olvidaba jamás. Eran dos astros; tenían todo el brillo melancólico dela Estrella patrona de su nombre.
Nada de enfermizo, nada de morboso en su aspecto; era ella una degeneración, no nna degenerada.
En las largas temporadas que permanecía en las costas del Mediterráneo, pasaba todo el día en la playa bañándose desol, saturándose delas exhalaciones salinas del mar. y era centro 4 donde convergían las miradas, el interés de todos. Los niños más humildes ju- gaban con ella, los más aristocráticos tiraban su cochecito; unos y otros, entremezclándose, formaban grupos, para que los fotografiara;