el pequenero, el vendedor de mote con huesillo, el heladero, con el bote a la cabeza, el de pescados y mariscos, etc.; y entre los a caballo, el que vendía frutas en árguenas, el de las "gallinas gordas", el lechero y el que gritaba: "¡esteras par-estraos vendo!". No faltaban los niños que jugaban con el trompo o al aro y las muñequitas vestidas con trajes y capotas a la moda de la época; las devotas de mato, con su vestido de cola, el libro, el rosario, el quitasol o el abanico; las horneras que extraen el pan y las empanadas para festejar el domingo; las lavanderas ante la artesa; las moledoras de trigo; la abuelita con sus dos trenzas, sentada junto al brasero, tomando mate, mientras que a sus pies atisba el gato regalón. Y así podrían enumerarse infinitas obras debidas a la gracia y el ingenio de Sara Gutierrez, todas de profunda penetración psicológica, que revelan sus condiciones de artista espontánea, sin rebuscamiento académico.
En la época de Navidad, las hermanas Gutierrez exhibían sus obras en la Alameda de las Delicias de la capital, donde