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Teresita) en las desoladas montañas de la provincia de Coquimbo, o con el festival verdaderamente cosmopolita honrando a Nuestra Señora de Guadalupe en las sierras de Ayquina (provincia de Antofagasta); o, aún, con la fiesta magna de Andacollo o con la procesión flotante de San Pedro, en la caleta vecina a Valparaíso. En compensación a ese hetereogeneo desarrollo es fácil situar en nuestro suelo verdaderos focos de peregrinaje.

Otro de los aspectos más atrayentes y originales de la vida piadosa de nuestras clases humildes la imponen los romeros chilenos con los santos y vírgenes caminantes, al ser transportados en procesión, de un pueblo a otro, dejándolos algunos días "en depósito" o en custodia, en las iglesucas que practican el intercambio. Recorren las imágenes grandes distancias, ya sea a través de los inhóspitos desiertos del norte o de las tupidas selvas sureñas. No son