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los días placenteros de esa era, los escasos motivos de júbilo que proporcionaba el régimen indicado quedaban circunscritos a las cabalgatas y justas -en la precisa tradición de la Metrópoli.; pero ninguna de esas actividades logró innovaciones susceptibles de alterar las tradicionales suertes de cañas o de sortijas y de sus innumerables variantes. Nunca decayó, sin embargo, la afición hípica y pudo manifestarse incesantemente en toda suerte de competencias, ya liberadas de los desfiles, cortejos y pasos de armas.

Las cortas carreras rectas y los sistemas de apuestas a los caballos favoritos precipitaron en 1818 la abolición de las lidias de toros y en 1876 la de los reñideros de gallos, relegando las monótonas diversiones del "luche" (infernáculo), de los trucos y de los bolos a los