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Duende, El.

Folk. Mito.

Personilla del sexo masculino, con estatura y aspecto general de un niño de cuatro a siete años de edad. Viste hábito monacal, de ahí que algunas personas lo denominen padrecito, pudiendo el hábito tener color blanco, café o negro, según los cuales el duende será, respectivamente, benéfico y cordial, causante de males pequeños, o ejecutor de terribles desgracias. No obstante estas tres distintas calidades, cualquier individuo de su especie hace gala de un ánimo juguetón, y como caracteres distintivos exhibe la invisibilidad transitoria, la fuerza, la rapidez de desplazamiento y la sabiduría.

En la mayoría de las ocasiones este geniecillo aparece de una manera repentina, con el propósito de propinarle una broma a personas desprevenidas, sea un viajero de caminos rurales, sea una dueña de casa a la hora de la siesta, sea un artesano solitario en su taller, sin que repita su visita, razón por la que casi todos los que han tenido el privilegio de ver un duende, cuentan esta experiencia como la primera y la única. Diferente es la situación cuando el personaje de marras cobra afecto por una familia o un miembro determinado de ésta, por lo común una mujer soltera y agraciada, ya que entonces sus manifestaciones de aprecio llegan a la majadería y a la impertinencia, de tanto reiterarlas e intensificarlas, entrometiéndose hasta en los menores detalles de la vida privada. Otro tanto, con respecto de la continuidad de su acción, ocurre con sus objetivos perjudiciales, con el agravante de que, por lo general, ya no es uno sólo el que interviene, sino un grupo de variada cantidad, cuya tarea más frecuente es lanzar piedras sobre el techo de las casas, creando un estado de suspenso que obliga a muchos moradores a hacer abandono de aquéllas, con los consiguientes problemas de rigor. Como remedios eficaces para alejarlos sobresalen la desagradable medida de untarse el cuerpo con su propio excremento o emplear algún conjuro establecidos para tal efecto.

La creencia descrita está divulgada a lo largo de todo el país, manteniendo una vigencia que la sitúa entre las más activas de nuestro folklore, hasta ahora subestimada por nuestros historiadores, artistas y educadores, que podrían sacar buen provecho de ella, estimulados por la repercusión universalista del mito en cuestión, cuyos antecesores datan, en sus diversas formas, de las primeras cosmogonías, adquiriendo, con el espíritu medieval y renacentista, la apreciación estética que ha iluminado al Kobold, en Alemania; al trasgo, en España; al follet, en Francia; al goblin,