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cantos y danzas, siendo frecuente su intervención en asociaciones instrumentales, junto al arpa, o el acordeón o al violín, aparte de la nutrida complementación rítmica que le prestan diferentes membranófonos.

Su vigencia folklórica se hace evidente a lo largo de todo el territorio nacional, con un vastísimo y diversificado repertorio, y con notables centros de construcción de auténtica chilenidad.

Por su manualidad, sencillez de ejecuión y no alto valor de adquisición, este instrumento es de gran conveniencia en la educación musical y en la fácil divulgación de composiciones chilenas, habiendo sido aprovechado en los últimos años con propósitos religiosos católicos, de acuerdo con la aceptación que tiene en nuestro país. En su aplicación artística, inspirada en el folklore, sería apropiado ceñirse a su naturaleza, desechando innecesarias proezas virtuosísticas.

Introducida en América en los comienzos de la conquista hispánica, en ese entonces con cinco cuerdas dobles, pasó a ser el vehiculo musical por excelencia de las canciones y bailes de etapa de la criollización, recibiendo caracteres propios de las distintas nacionalidades, y produciendo especies derivadas de su compleja esencia iberoislámica, entre las cuales nos incumbe particularmente el charango.

Aunque su denominación más común es la que titula este artículo, en las zonas rurales se le da el de vihuela, y también el jocoso de cogote de yegua.



Bibliografía

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Pereira Salas, Eugenio. "Los orígenes del arte musical en Chile". Stgo., 1941.


Vega, Carlos. "Los instrumentos musicales aborígenes y criollos de la Argentina". Bs. Aires, 1946.


Lavín, Carlos. "El rabel y los instrumentos chilenos". Stgo., 1955.