120 PEDRO ECHAGUE
Se podía emplear una bala en un perro, pero un “salvaje unita- rio” era indigno de ese gasto y de tal distinción. Un cuchillo bien afilado no prolonga las agonías, y siendo dulce espectáculo para los federales el de las convulsiones de sus víctimas, mellaban los puñales y hasta usaban el serrucho para degollarlas.
No se respetó ni el vientre de la madre. A la misma Inqui- sición se le pidieron sus tormentos exterminadores para aplicar- los a los perseguidos. Camila O'Gorman, fusilada en cinta, y Eguilaz, ardiendo en alquitrán, son ejemplos que lo comprueban.
Leonardo Bello y sus demás compañeros de infortunio, no debían alcanzar mejor suerte que sus predecesores del Quebra- cho. En los alrededores de Santos Lugares abundaban todavía los matorrales. La mano de los prisioneros debía despejarlos. Muchos de ellos perdieron sus dedos en pugna con las zarzas. A la ejecución de aquellos trabajos asistían, como testigos, sayones escogidos que estimulaban a latigazos a los fatigados o a los en- fermos. Entre éstos infelices, algunos iban descalzos y casi todos medio desnudos. Gran fortuna era que D. Antonino Reyes, “'Go- bernador” Comandante, ¡Alcalde y confidente privado del “Res- turador”, encargado de Santos Lugares, se dignara permitir al- guna vez que las esposas, madres y hermanas de los prisioneros, pudieran verlos y alcanzarles algún socorro.
Había querido la casualidad que Gervasio Espinosa, aquel muchacho alocado que fué nuestro amigo y compañero de la in- fancia, se contase entre los oficiales de servicio en Santos Luga- res. Los afectos de la infancia son siempre perdurables y hon- dos. El amor, que al cabo es una pasión, se acaba o se entibia. No así la amistad, sobre todo aquélla contraída en la niñez, que se arraiga a impulso de impresiones y sentimientos desinteresa- dos y serenos. Leonardo había querido mucho a Gervasio; y Gervasio, a pesar de la liviandad de su genio, le retribuyó con creces su afecto. Verse, pues, y reanimarse la amistad antigua, todo fué nno. Pero en aquella Inquisición artillada, si una mi- rada era a veces bastante para infundir sospechas y acrecentar el espionaje, dos miradas podían muy bien determinar la muer- te de quienes las cambiaran. Los dos amigos hubieron de inge- niarse para ponerse en comunicación.
Desde que el general, padre de este joven, emigró al Estado Oriental, huyendo de las persecuciones del tirano Rosas, Gervasio cambió de carácter. Se había vuelto reservado y taciturno. El niño atrevido de otro tiempo, era ahora un hombre moderado y modesto. :A] fuego había sucedido el hielo; a la tempestad la calma. [Arrebatado a su hogar a los 17 años por orden del tira- no, que quiso vengar con el ultraje al hijo el abandono del pa- dre, fué destinado al servicio de las armas en clase de distingui- do. En la época en que volvemos a encontrarlo, era ya teniente primero.
Leonardo y Espinosa se comunicaban por medio de billetes que se cambiaba entre sí, valiéndose de variados artificios. Re- currieron luego a una especie de lenguaje mímico, es decir, a se- fas convenidas para entenderse. Este recurso sirvió por algún tiempo. Pero hacía de “Gobernador” en Santos Lugares, como ya lo hemos dicho, el muy memorable D. Antonino Reyes; y si no era fácil escapar de su espionaje, de su cautela y perspicacia de bandido, menos lo era escapar de su digno ayudante el secreta-