MEMORIAS Y TRADICIONES 161
forastero; pero yo no les tengo miedo a esas ánimas porque son las de mis padres.
—¿Sus padres de usted?
—Sí; mis padres. Yo soy ¡Martina 'Chapanay.
Diciendo esto se quitó el sombrero, y dejó al descubierto sus trenzas lacias y renegridas. .
Los laguneros quedaron estupefactos. Examinaron algunos instantes a esta inesperada visitante, cuya nombradía exagerada había llegado hasta ellos, y luego, sin decir palabra, se fueron retirando. ¡Con pena y vergiienza comprobó Martina que huían de ella, a causa de su mala fama.
—Aligún día me conocerán y md estimarán—pensó.—Yo haré cuánto pueda para conseguirlo.
Pero los laguneros no tardaron en reaparecer en mayor número. Venían ahora en actitud hostil, haciendo ostentación de fuerza. El representante del poder público se hallaba entre ellos, y todos traían, a guisa de armas, azadas, horquillas y garrotes.
—"Volvemos para hacerle saber a usted—dijo a la Chapanay, el mismo que había llevado la palabra en la visita anterior— que debe abandonar inmediatamente este lugar y sus alrededo- res. ¡Las gentes de aquí están alarmadas con su presencia, y no quieren tener entre ellas a una ladrona.
¡Martina buscó el rincón donde había pasado la noche ante- rior, y se sentó tranquilamente en unos adobes.
—No tengo inconveniente—respondió—en satisfacer el pe- dido de mis paisanos; pero antes de hacer la voluntad de ellos, haré la mía. Los palos y los fierros que ustedes traen, no mea intimidan, y si ustedes quieren hacer 1so de ellos, antes que los dientes de esa horquilla o el filo de esa hacha den conmigo en el suelo, yo habré bandeado a tres o cuatro de estos valientes, con los diez y seis confites de a una onza que contiene mi naranjero.
Apartó sus alforjas, acercó su facón y erapuñó su trabuco. Luego añadió:
—Yo necesito rezar y humedecer con mi -llanto este montón de tierra que mi desgraciada madre calentó con su cuerpo, y nada, ni nadie, me ha de mover de aquí. antes que yo cumpla la intención que me ha traído. Al obscurecer me iré expontánea- mente. En cuanto a la injuria que ustedes me hacen llamándome ladrona, se las perdono porque algún castigo merezco por haber dado motivo para que ustedes crean lo que afirman. De mis propósitos para el porvenir no les hablo, porque ustedes no me creerían. Prefiero, pues, irme; pero lo repito, ha de ser por mi voluntad, y en el momento que yo elija.
La intervención armada, convencida sin duda por la elo- cuencia de los dobles argumentos de Martina, de palabra y de hecho, no insisitió. y se fué como había venido.
FEntraba la noche cuando la ¡Chapamay, repugnada de su tie- Tra natal, emprendió nuevamente la marcha al paso lento de su caballo. ¿Qué haría? ¿A dónde iría? Ella misma lo ignoraba. lEn su propia patria se sentía tan desamparada y tan sola como si estuviera en los desiertos africanos. Sin embargo, era pre- ciso sobreponerse a los. contrastes. Se dijo que por algo vestía traje de hombre, y que era aquel el momento de poner a prueba las dotes varoniles de que hacía alarde. ¡Valor! Ya mostraría ella más tarde, hasta dónde alcanzaban sus buenas intenciones.
Dióse a recorrer los establecimientos de campo situados en