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Página:Echague Memorias tradiciones.djvu/175

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MEMORIAS Y TRADICIONES 175

esta se presente, bajaremos al litoral y nos trasladaremos a Mon- tevideo.

Los tres, emprendieron, pues, marcha hacia San Luis.

Quince días después, hallábase ya la Chapanay de regreso en sus Camipos. Se había separado de sus protejidos, dejándolos en salvo, cen sincera emoción, pues el agradecimiento que le habían demostrado aquelios, fué tan afectuoso y tan vehemente, que la conmovió. .

Quiso volver a ver las tristes tapias de la que fué su casa pa- terna, y se dirigió a las lagunas después de haberse tomado un largo descanso. Mujer de una fuerza de voluntad admirable, como se ha visto, sus proyectos eran inmediatamente seguidos de actos. No había olvidado que los habitantes de los alrededores de la la- guna del Rosario, la arrojaron ignominiosamente de su rincón na- tivo, y esta herida sangraba todavía en lo íntimo de su ser. A la fecha, los que entonces la humillaron y la repudiaron, debían saber como se había redimido ella de sus antiguas culpas, y hasta qué punto se había sacrificado, durante años, por el bien de los demás. Se le debía un desagravio y quiso recibirlo.

Lo recibió en efecto, pues apenas hubo llegado a las Lagu- has, sus conterráneos se apresuraron a saludarla y agasajarla. Ya se conocían allí sus hazañas, y ahora los laguneros se enorgulle- cían de ella, mirándola con admiración y respeto. Pusieron a su disposición una casita de barro, de las mejores del lugar, pero ella prefirió alojarse entre los escombros de la que fué la vivienda de sus padres en donde permaneció quince días, con la ilusión de que las sombras de estos, venían por las noches a aplaudirla y alentarla.


Cuarenta y cuatro años pasaron. Martina Chapanay había envejecido pues, y en 1874 cumplía sus sesenta y seis años de, edad.

ágobiada por la edad, por el desgaste que en su organismo había producido la ruda existencia que llevó, y atormentada por los dolores de sus viejas heridas, Martina fué poco a poco de- bilitándose y postrándose. Ya su brazo no podía manejar el lazo ni las boleadoras como en mejores días; ya no le era dado empuñar las riendas de un potro indómito; ya no podía entre- garse a sus largas correrías por el campo arido y desierto, des- afiando el sol y la luvia, y durmiendo al aire libre bajo las estrellas. Sus ncbles compañeros de aventuras, el Oso y el Ni- ñito habían muerto hacía ya mucho tiempo. Condenada a la inacción, la inquieta mujer a quien antes el mundo le parecía estrecho, veíase ahora reducida a yerbatear en los fogones, a tejer algunas toscas randas en cuya confección la inició la Sra. Sánchez, y a vivir recordando.

Todavía montaba a caballo de vez en cuando, pero no se alejaba casi de los Departamentos, a no ser para ir a reayivar las luces que mantenía encendidas en ciertos puntos, por la paz de las ánimas. Su sran preocupación, su gran esperanza, con- sistía en recobrar fuerzas suficientes para hacer un largo viaje en cumplimiento de una antigua promesa.

El invierno de] año 1874 se presentó crudo, e influyó muy perjudicialmente sobre su salud. A fines de Julio de aquel año, pudo, sin embargo, trasladarse a Mogna. Allí residía una india de su misma edad, con quien la ligaba una antigua y cariñosa. amistad.