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I

Aun cuando la distancia que me separaba de la patria era a tal punto respetable, que muchas veces me había hecho considerar casi imposible el regreso a su seno, aquel fascinante sol, tan ar- diente en la juventud, ¡la esperanza! avivaba mi deseo y fortalecía mi espíritu.

En una de las pocas ocasiones que llegó a mis manos uno de los periódicos que se publicaban en Entre Ríos bajo la protección del general Urquiza, tuve motivo para comprender la actitud definida que aquel hombre asumía contra el tirano a quien antes había sostenido con fanática lealtad. Esto acontecía a fines del año 51.

Entre los varios argentinos a quienes la casualidad había re- unido en la ciudad de Tacna, hallábase un buen tucumano, hombre de unos cuarenta años, que en calidad de voluntario, había for- mado en las filas del general Acha, durante los episodios de que fué teatro San Juan, y que han inmortalizado a aquel héroe. Lla- mábase el dicho tucumano Carlos Figueroa, y viajaba por aquella parte del bajo Perú a causa de las mismas razones por las cuales andábamos errantes todos los proscriptos. Su capital estaba redu- cido a cero; su equipaje no precisaba valija; con su individuo iba todo él, y poseía una salud tal que le permitía en todas las esta: ciones, y para lanzarse a todos los climas, la más amplia locomo- ción.

Atravesar el mar o las montañas: el primero como un fardo o las segundas en malas bestias O a pie, no era empresa que los proscriptos pudiéramos extrañar; el aprendizaje estaba hecho, y si las exigencias del estómago habían sofocado alguna vez nuestra voluntad inclinada a emprender el regreso a la patria, por ahora aquella consideración perdía su grave carácter, amortiguada por la dulce idea de que la suerte había de permitirnos llegar todavía a tiempo para poder formar en las filas de la nueva cruzada que se preparaba contra Rosas.

En el puerto de Tacna había un vapor y en mi bolsillo un bri- Nante.

Pero conviniendo en que el lector no habrá de conformarse con sólo saber que aquella joya tenía las proporciones de un grano de café, voy a instruirle respecto de la manera como la hube.

TI Entre las varlas ciudades que en mi vida de viajero había conocido, Arequipa era la última antes de llegar a Tacna. Allí

había permanecido avecinado durante ocho meses; la razón que para ello tuve, acaso será expuesta más adelante con la brevedad eon que se toca una brasa. Viajaba al acaso y al acaso es capcioso. ¿Quién la dería formas, a él, ni a esa obra cosa hasta el presente 321 definida que se llama destino?

Tenía hoy que comer, al día siguiente mo; y cuando sucedía