MEMORIAS Y TRADICIONES 199
He aquí referida la historia de Reynal, tal como aquel me la contara durante las cuatro noches de nuestro viaje a bordo del Sud Americano. Es en verdad un episodio comparable con los que figuran en las terribles páginas de los Atridas. Que su relato me conmovió profundamente, lo prueba el hecho de que recuerde todavía sus peripecias a través de tantos años. Como recuerdo también, todavía, las palabras con que Reynal lo ter- minó, miestras navegábamos ya cerca del puerto, bajo las estre- llas esplendentes.
—Aquella luminaria que aparece a nuestra derecha. — me dijo — es el Pichincha, que alumbrará todavía por miles de años los campos en que cayeron los campeones de la libertad de Sud América. Esos puntos obscuros que se balancean y remue- ven en el espacio, son falanges de aves de toda especie que la lí- nea ecuatorial atrae. Y estas lágrimas, que no puedo contener, son promovidas por los recuerdos de mi infancia. Este fué el pri- mer cielo que ví; estas aguas que surcamos son las primeras en que me sumergiera cuando niño. ¡Oh! versátil naturaleza hu- mara! Tiempo hubo en que miré como una dicha abandonar es- tas playas para siempre; y ahora que del pasado no.me queda más que el recuerdo de dos tumbas, todo me parece más lleva- dero que dejar de ver estos montes, esas nubes, esos fuegos, esas naves y estos mares... Sin embargo, un juramento me obliga . .. Me expatriaré de ne nuevo hasta el fin de mís días. Estamos ya en las aguas del Guayaquil. Mañana nos hallaremos en Quito. Dentro de un mes partiré otra vez con rumbo a Europa.
A la mañana siguiente, al punto.en que el metálico sonido de la cadena del ancla anunciaba a los pasajeros que el Sud Americano estaba fondeando, Reynal, que primero que yo había subido a cubierta, salióme al encuentro, seguido de una mucha- chona que traía en sus brazos una preciosa criatura.
—¿Su hijita de usted?, le pregunté.
—Sí.
— ¡Bellísima criatura! ¿Cómo se llama?
—JEsmeralda.
—¿Esmeralda?
—Sí; he querido que lleve ez nombre de la prenda que com- partió las palpitaciones del corazón más noble que halla existido. Por mi parte, no me separo jamás de ella.
Y Reynal desabrochándose el chaleco, puso de manifiesto una hermosa esmeralda engastada en oro y circuida de brillantes.
—La fosa que guarde mis restos, agregó, guardará también la alhaja. Dejaré (América para siempre a fin de que mi hija no conozca jamás la triste historia de su nacimiento.
Pocas horas después estábamos en Quito. Mi amistad con Reynal se estrechó durante nuestra permanencia en la capital de Ecuador, y cuando llegó el momento de separarnos, mi amigo me propuso con insistencia que lo acompañase a Europa. Pero el puñal del Nerón argentino derramaba todavía sangre en la lejana patria. Mi padre había muerto en las puertas mismas de mi hogar, perseguido por sicarios del tirano. Por toda familia tenía yo allá una madre y una hermana. Ellas, a excepción de mí, a nadie tenían en el mundo. No era el centro de las grandes sociedades, no era el aturdimiento de los placeres lo que yo am- bicionaba. ¡No! La mano vengadora de la justicia eterna había signado la hora de la redención de la patria, y en una más fuer-