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MEMORIAS Y TRADICIONES 25

tranquilidad de mi conciencia, porque soy en extremo escrupuloso, Una vez que me halle plenamente convencido de que la prenda vale lo que ustedes afirman, o algo más; entraremos con facilidad al ajuste del negocio. Pero declaro desde ya—no siéndome posible disponer de más dinero que del que buenamente podré reunir de entre mis deudores, —que habré de extenderme, cuando más, a dar por el diamante, reduciéndolo a mi propiedad, ochocientos pesos. Si dp etedos les acomoda más empeñarlo que venderlo, me alargaré a mil.

— ¡Hola! —exclamó Figueroa como sorprendido— ¿Con qué us- ted da doscientos pesos más por la alhaja empeñada? ¡Bravo! Este es uno de esos casos que sirven de excepción a la regla; general- mente se dice: lo que ha de empeñarse es mejor que se venda, y usted nos propone la singular ventaja de que podamos decir: lo que quisiéramos vender mejor nos está empeñarlo!

—Señor don Carlos,—replicó mesuradamente el usurero, será todo lo que usted quiera, pero por lo que a mí respecta, lo que he dicho es lo que me conviene, ajustado a razón, Comprando ese diamante por ochocientos pesos, aventuro a quedarme con él para toda la vida, en una sociedad como la de Tacna, de tan poco gusto para ciertas cosas, y ni lo usaré yo por modestia, ni podré menos que conceptuar muerto el capital en él empleado. Retenido en empeño por la cantidad de mil pesos, ya es otra cosa; me ase- guro una ganancia de 62 pesos 4 reales por mes, y de 375 en seis meses, que es el plazo a cuyo término pierde el propietario el dere- cho a la cosa, según las condiciones estipuladas en las boletas correspondientes. Por lo demás, tengo ya formado de ustedes un concepto bien favorable, y sé que no dejarán fundir el diamante.

Este astuto modo de discurrir, ponía de manifiesto la más ságaz bellaquería, a la vez que el deseo de poseer a toda. trance la alhaja. Temiendo, que sin excederse de la cantidad ofrecía, otro interesado pudiera adquirirla si él dejaba salir de su casa, enta- blaba la propuesta antedicha en la convicción de que nosotros nou rescataríamos el brillenta, y éste quedaría fundido en su poder, por taríamos el brillante, y éste quedaría fundido en su poder, por mil pesos.

Mi resolución estaba tomada. Cuarenta y ocho horas después levaría ancla del puerto de Arica, uno de los dos únicos vapores que hacían por entonces la carrera de las costas dede Valparaíso al Callao; y desaprovechada aquella oportunidad, era indispensable demorar nuestro viaje todo un mes, sin seguridad de mejor éxito en cuanto a la venta del diamante. Figueroa, por otra parte, pre- cisaba de todo, y era necesario remediarle en algo. Encomendéle pues a Carlos, se asociara a Mendieta durante el tiempo que aquel empleara en las averiguaciones relativas al valor de la joya, y esperé en mi habitación el resultado.

Cuando Figueroa se presentó de regreso, la conformidad ya estaba de mi parte; porque preciso es confesarlo: durante un buen rato de las horas en que me hallé solo, un tanto de pesar me había mortificado. Sentía desprenderme de aquel objeto. ¡Tantas eran las esperanzas que en su valor había fundado, y tanto me había familiarizado con su posesión! Me dolía separarme de él como de un amigo íntimo.

El platero, en primer lugar, ratificando sus anteriores estima- ciones, los remendones de relojes en seguida, y por último, la opi- nión de algunos “entendidos”—que no hicieron sino atenerse al parecer del platero, —contribuyeron a decidir a Mendieta, que veía triunfar sus trabajos para quedarse con el brillante.