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MEMORIAS Y TRADICIONES 27

pañarse del más leve relámpago. Un señor Ferrari, que hacía las veces de jefe militar y político de aquel Departamento, tuvo el comedimiento de hospedarme en una de las casas de barro que por aquella época se edificaban profusamente, pues tanto el gobierno boliviano, como el vecindario, se preocupaban a la sazón del fo- mento de la villa.

Aproveqhé aquellos cinco días para adavirir dos Boherbios machos de silla, y ajusté nuestra conducción con dos.cholos, de cuya honradez se constituyó fiador el mismo juez;- quedando aque- lios obligados a llevar cabalgaduras propias, hasta dejarnos en territorio de la República Argentina.

Transcurridos por fin los cinco días, en cuyas ciento veinte Lkoras no dejamos de mojarnos un momento, debido a la inconsis- tencia de los techos que nos cobijabanm, resolvimos aprovechearnos de un repliegue de las nubes hacia la cordillera, para emprender nuevamente la marcha. Pero una desgracia vino a contrariar mis propósitos, difiicultando la continuación del viaje por el término de scis meses. En los momentos que extraía Carlo su montura del aposento que habíamos ocupado, el arco de una puerta por donde: atravesara se desplomó de pronto, alcanzando a oprimirle, al caer, la parte inferior de la pierna derecha, Fué necesario remover los esccmbros para levantarle. Un cuarto de hora después la habita- ción entera estaba en el suelo, y mi pobre compañero con la pierna quebrada. La sorda garúa había reducido a barro los frescos ci- mientos del edificio, con su persistencia de cinco días.

Aquel fué el primero de los contrastes que sobrevinieron luego. En la villa no había médico ni botica, y yo tuve siempre una pre- vención remarcada por los curanderos. Las poblaciones más cer- canas no aventajaban a San Pedro en cuanto a recursos, y fué necesario remitir a Figueroa a Tupiza, pueblo de Bolivia, fronte- rizo a la República Argentina, que contaba con la novedad de albergar en su seno a un doctor en medicina.

El traslado a tan larga distancia era difícil y peligroso. Hubo cue construir una litera y pagar bien a sus conductores. En cuan: to a mí, hallé conveniente permanecer en Atecama hasta el resta- blecimiento de Figueroa, para el caso de que la suerte le permi- tiera, como efectivamente se lo permitió, regresar a mi lado. La estación era cruda; las recientes mojaduras habían determinado un desequilibrio en mi organismo, y comprendí que precisaba des- canso. La conservación de las bestias que había comprado para el viaje demandaba cuidado, el compromiso contraído con los choles un nuevo arreglo, y mi subsistencia, así como la de Figue- roa, exigía gastos mayores que los calculados. El dinero que ad- quirí con el negocio del memorable diamante, había mermado con- siderablemente, y sin una estricta economía sobre lo que de él quedaba, nos veríamos obligados a vagar sin rumbo, lejos otra vez ed la patria. UN

El señor Ferrari, que había tenido la deferencia de visitarnos a nuestro arribo, fué también el primero en acudir a nuestro laúo así que tuvo noticia del accidente ocurrido a Carlos. A su inter- vención le debí poder obtener un nuevo alojamiento, en el que per- manecí los cinco fatales meses que el bueno de Figueroa precisó para curarse y regresar.

En San Pedro no había escuelas y se trataba a la sazón de levantar una iglesia. En su mayor parte el vecindario de aquella villa estaba constituído por familias decentes que, atraídas por la fama que el lugar se había granjeado, por la importante posición que como puerto seco disfrutaba, se trasladaban a él buscando