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MEMORIAS Y TRADICIONES 35

cederse en la actividad, ni otro alimento que la carne y las fru- tas, bien puede prolongar su vida tanto como la de los Mamani, aun cuando la carne que coma sea de carnero.. Los órganos diges- tivos son susceptibles de educación, y es por consiguiente más po- sible conservarlos en buen estado cuando sus funciones se ejerci- tan con regularidad y siempre sobre los mismo alimentos. Dejé 2 Mamani, a pesar de estos raciocinios, que hice en mi interior, que llevase al sepulcro su creencia en la virtud fabulosa de la carne de vicuña. ¿Para qué contradecirlo?

Al término de la visita pregunté a Valenzuela:

—¿Qué objeto, posible a mi alcance, le sería más grato a Ma- mani?

—El azúcar, señor—contestó aquél con aire de entusiasmo—; lo que más nos gusta es el azúcar.

—Usted, pluraliza, amigo Valenzuela—dijo Figueroa.—Se le pregunta lo que más puede agradar a su tío y usted indica lo que más les gusta a todos ustedes. Bien dice el refrán que a la ocasión la pintan calva. En fin, es justo que también usted aproveche la que ahora se le presenta, y yo me encargo de racionarlo de azúcar de pilón, a cuenta de los higos que he consumido, y de los que todavía pienso consumir. Pero no se alarme usted; los que coma mañana serán los últimos.

—Es que ustedes no podrán irse mañana—dijo el alcalde.— El tiempo, allá adentro, sigue malo.

—Así opinó usted hace dos días, y sin embargo, por aquí ha seguido brillando el sol.

—Pues sepa su merced que mañana no lo tendremos. El tem- poral que se nos viene es grande.

Despedímonos del Patriarca de Toconao y regresamos al do- micilio de nuestro huésped.

xI

Al día siguiente, al ser despertado por Valenzuela, miré al oriente, y esta vez el lucero no iluminó mi rostro. El cielo estaba viudo de estrellas; un negro manto lo envolvía, y el aire corría húmedo y helado. El alcalde me dijo alcanzándome casi a tientas el habitual desayuno de higos:

—Ya empezó el temporal.

—Si sabe usted cuándo viene—contesté—iebe saber también cuándo se irá.

—Durará aproximadamente unos quince días.

—Entonces lo correremos.

—¿Qué. es “correrlo”, señor? .

—Es un término marino. En ciertas borrascas repentinas, no suele quedarles a las embarcaciones más recurso que combatir con el mar embravecido. Es lo que vamos a hacer nosotros con el temporal. No podemos quedarnos aquí quince días más. Nos pon- dremos, pues, en camino ahora mismo.

El alcalde contestó a mis razones moviendo la cabeza, como si considerara temeraria mi resolución.

Una hora después, nuestras bestias estaban aparejadas y lis- tas para la marcha. Figueroa había poco antes llevado en mi nom- bre una libra de azúcar a Mamani y otra a la tía Cutberta, rega- lando por su cuenta otras dos al bueno de Valenzuela, quien rehu- só aceptar el importe del forraje consumido por nuestros anima- les. Conseguí al fin que se quedase con un yesquero de plata co- mo regalo. . Ñ