Ir al contenido

Página:Echague Memorias tradiciones.djvu/98

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida

98 PEDRO ECHAGUE

las estrellas, a la suavidad de la brisa, habíanse sucedido brus- camente la obscuridad y la tormenta.

Cinco años más tarde nos encontrábamos de nuevo con Leo- nardo pero no ya en Buenos Aires, sino en Córdoba. Los niños del 35 habían llegado a hombres. Ambos tenían una espada a la cintura. La infausta jornada del Quebracho Herrado había te- nido efecto hacía pocos días, y el General Lavalle que desúe an- tes de aquel combate venía buscando la incorporación del ejér- cito creado por Madrid y Acha en las patriotas provincias de Sal- ta y Tucumán, estableció su cuartel general en la de Córdoba, con la mira de dar más robusta organización al ejército, después de reforzado, y aprovechar los ricos elementos con que la pro- vincia, como punto estratégico, y los habitantes en su mayoría, le brindaban. Pero en la guerra, así como un triunfo suele de- terminar otros nuevos, así también un contraste acarrea nuevos contrastes. Contrariado en su propósito, el General Lavaile por hechos y acciásntes que han entrado a ser ya del dominio de la historia, tuvo que emprender su nueva campaña alterando el primitivo plan de operaciones que tenía concebido.

El ejército de] tirano remontado con nuevas tropas y caba- lladas, fué dividido en columnas y abrió sus operaciones con una rapidez admirabie. A !. terrible sorpresa que sufriera en San- cala la escogida división destinada a robustecer la obinión y mili- tarizar las provincias dt 'Cuyo, agregóse otra inesperada contra- riedad. Sobre los abiertos salitrales de Santiago, el General Acha, el frente del pie de ejército expedicionario a aquella Pro- vincia, tuvo conocimiento de la horrible scrpresa; y el descon- tento, que reinaba en parie de la división correntina, y sólo esta- ba precisando motivo para estallar, se manifestó al cabo de po- cos días. Al tiempo de vadear el Salado, una deserción come- tida a la vista de nuestra vanguardia comandada por el coronel don Baldomero Sotelo, se produjo.

Incierto el coronel Sotelo respecto de la conducta que debería observar en consecuencia de tan crítico acontecimiento, envió parte de lo ocurrido al General, adelantando no obsiante la marcha por entre las estrechas sendas de un espeso bosque, indi- cado por el célebre hbaqueano Alico, como el camino más corto para llevarnos al campo en que, por precisión, tendrían que vi- vaquear los alzados. Y efectivamente: al despuntar el alba en- trábamos en una llanura cerrada hacia ambos costados por tu- pidísimas cejas del monte que habíamos atravesado. 4 nuestro frente y al centro de aquella abra, corría un arroyo, y a su es- palda descansaban tendidos sobre el pasto, reteniendo los caba- los por la brida, los viejos compañeros que nos habían abando-

nado hacía pocas horas. El coronel Sctelo mendó hacer alto y echar pie a tierra. La tropa alzada procedió en orden inverso; a la voz de mando montó a caballo y formó' en batalla a nuestro frente.

En esta actitud, y en acecho recíproco, ambas columnas pa- saron alrededor de dos horas, hasta la llegada de un ayudante del General, portador de la instrucción escrita con que éste con- testaba al parte. Conservo todavía en la memoria las siguientes palabras de aquel documento, a asistir a cuya lectura fuí llamado, así como es probable que las recuerde también el señor don Manucl Graña, oficial de la división Sotelo, presente en aquel acto: