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XXI

Madre! ya te perdí.... Sin freno gásto
de mi impaciente juventud la savia,
cuando pugnar debia sobre el vasto
palenque del torneo, con la rabia
de ajitacion cerril, que no contrasto,
porque el favor de la quietud me agravia,
y aparejé para el combate diurno
mi escéntrico carácter taciturno!....

XXII

Perdóname, lector! si interrumpiendo
el hilo de la historia, me complazco
en las disertaciones con que enciendo
mi espíritu sin luz, y lo aborrasco;
pero, si separándome te ofendo,
con mis recuerdos de orfandad renazco,
y en mi imajinacion me aliento y vivo
creyendo que mis penas te describo.

XXIII

Eduardo fué feliz mientras risueña
su madre lo observó; mientras sus labios,
en instructiva plática halagüeña,
con ensenanzas y preceptos sabios,
la verdad le inculcaban, que desdeña—
merced á atrasadísimos resabios—
la madre rutinera, cuyo hijo
se instruye con Astete y crucifijo.