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XCIX

Asoman, se desvian, y se ofucan—
astros que roba el vendabal nocturno;—
y aunque los ojos con afan los buscan,
sólo los ven al comenzar el turno.
Las máscaras en corro se apeñuscan
por saber quíenes calzan el coturno,
ó, hablando en plata, con diccion modesta,
quíen lleva la batuta en esa fiesta.

C

Por bailarin Eduardo no descuella;
su compañera, sí: con qué donaire
estámpa en la vorájine su huella
levísima cual átomo del aire!
Es la princesa del salon: en ella
se clavan las miradas; y al desgaire,
graciosa balancea el cuerpo leve
que á compas de la música se mueve.

CI

Oh! me horripila el baile: lo detesto.
No es escentricidad: seré bien tonto;
pero al que baile, sin reserva, apúesto
á que lo es más que yo. Mirad que afronto
el ódio de muchísimos con ésto;
y es tal mi conviccion, que me hallo pronto
ese brulote á sostener: no quíto
un punto, ni una coma de lo escrito.