Qué tropa de carneros atestaba
platea y corredores! En los palcos
una cuasi-decencia se apiñaba
al traste dando quiebras y desfalcos;
y tras su cortinado cuchicheaba
más de un horrible par de catafalcos—
viejos gastados... Mas contar no puedo
nada de entre telones: cáusa miedo!
Rameras que se precian de señoras;
señoras que no pasan de rameras;
otras que dicen ir de espectadoras,
y van, para atïsbar, de mensajeras;
lomos de comadronas pechadoras
y talles de flexibles costureras:
todo eso y lo demás—feliz vocablo!
hacian de la Opera un establo.
Aunque muy claro sea mi lenguaje
que al pan le llama pan y al vino, vino,—
nadie mi verso, por favor, ataje.
Déjeseme á mis anchas: abomino
rendir á la retórica homenaje,
temblando de espetar un desatino,
cuando tampoco he dicho, al fin y al cabo:
misericordias Domini cantabo[1]
- ↑ Salmo LXXXVIII.