y lo condujo á su dormitorio para ver de provocar la reacción metiéndolo en la cama; pero, al pasar por el laboratorio, recordó la velocidad vertiginosa que habían impreso al aparato en el momento de la invasión marroquí, y temeroso de alguna catástrofe por imprudencia, dió un golpe á la aguja del graduador, reduciendo el Anacronópete, á su entender, á la locomoción media.
¡Qué pequeños incidentes son origen de los más grandes acontecimientos!
Don Sindulfo, acurrucado en el lecho, daba diente con diente de continuo y alguna que otra sacudida por intervalos á Benjamín.
—Juanita—dijo éste saliendo al encuentro de la de aparejo redondo.—Calienta un poco de agua para hacer una infusión á tu amo que se siente mal.
—¿Quién? ¿Yo? Pues como no sea para escaldarle vivo, que se aguarde á que encienda fuego.
—¡Vamos! Deja á un lado el enojo y recapacita que si él se muere nadie podrá llevarnos á puerto de salvación.
—¿Pues usted no entiende la maquinaria?
—Muy poco. Además, la caridad te aconseja ser compasiva. Prepara la lumbre mientras yo saco el té y el azúcar de la despensa.
Sea el miedo á permanecer indefinidamente en el espacio ó la compasión inherente á su sexo, Juanita no replicó é hizo rumbo á la cocina.
—Ya sabes. Con un par de chispazos eléctricos alumbras una hoguera en un decir Jesús.
—Á mí déjeme usted de telégrafos, que yo me las compondré á la moda antigua.
Y, así diciendo, llegó al hornillo, colocó en él unos carbones y tomando unos fósforos frotó uno tras otro sobre la lija, sin conseguir encender ninguno; pero lo más notable del caso era que ni dejaba huella la cerilla en el raspador ni la cabeza del de Cascante se gastaba.