viosa se puso á disolver el azúcar en la infusión; y al llevarse una cucharada á los labios:
—¡Horror!—dijo palideciendo.
—¿Qué ocurre?—preguntó la doncella mirándole de hito en hito temerosa de que también empezara él á reducirse como los otros.
—¿Qué ha de ser? Que hemos vuelto inalterables para su conservación los artículos de consumo, y ahora nos encontramos con que son resistentes á toda influencia física.
—Es decir?...
—Que ni el azúcar endulza, ni el carbón se enciende, ni el pilón se parte, ni habrá quién le pueda hincar el diente á una patata.
—¿De modo que nos vamos á morir de hambre?—balbuceó Juanita con los ojos desencajados.
—No; pero tendremos que apearnos á cada comida y tomar los alimentos propios de la época y de la localidad; pues de fijarlos ya ves lo que sucede; y de abandonarlos á la acción retrógrada del tiempo, en tres minutos el pan se nos convertiría en espigas y el vino en cepas.
—¿Y dónde tomaremos hoy la pitanza?—repuso la lugareña á quien la idea de un alto sonreía por lo que encerraba de salvador para las reclusas.
—En los infiernos—salió murmurando Benjamín con la taza del agua caliente en la mano; la que propinada á su amigo le produjo las consecuencias de un hemético sumiéndole después en una dulce y agradable somnolencia.
Entretanto Juanita volaba á dar parte de lo ocurrido á sus compañeras de infortunio, quienes rodeando el lecho de la pupila, presenciaban una escena no menos digna de admiración que la precedente.
Es pues el caso que mientras prodigaban sus consuelos á la pobre huérfana, Niní, que no sin profunda aflicción había visto desaparecer de sus lóbulos, antes