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Página:El Anacronópete - Viaje á China-Metempsícosis (1887).pdf/20

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enrique gaspar

tar una irrupción en el palacio de la Industria. Pocos, relativamente, eran los escogidos entre los muchos que alegaban derecho á oir la palabra del doctor. El salón de fiestas, aunque espacioso, no bastaba á contener tanta gente. Ninguno de los espectadores seguía el tratamiento del anti-fat, y sin embargo diríase que todos habían enflaquecido, pues en cada asiento cabía por lo menos persona y media. Las entradas estaban obstruídas y los pasillos cuajados de esa multitud que aguarda paciente la ocasión de avanzar un paso, sabiendo que no ha de llegar nunca á la meta.

Los presidentes de la república, de los cuerpos colegisladores y del gabinete; el cuerpo diplomático, las comisiones de los institutos y academias, de las corporaciones sabias y del ejército alternaban, luciendo sus uniformes sembrados de placas y cintas, con el modesto sacerdote sin más cruz que la del Gólgotha destacada sobre el fondo negro ó morado de su túnica talar. Algunos fracs, aunque pocos, pues en Francia raro es el que no tiene uniforme, asomaban como con vergüenza su condición civil entre océanos de seda, cascadas de blondas, montes de brillantes y nubes de cabellos, negras unas como de tempestad, rubias otras como estratos heridos por el sol poniente y casi ninguna del color que anuncia la nieve en el invierno de la vida: que mujer y vieja va siendo ya cosa incompatible en la patria de Violet y de Pinaud.

Por fin sonó la hora: una ondulación de curiosidad vibró en el recinto y la puerta, abierta de par en par por dos ujieres, dió paso á la comisión científica, á la derecha de cuyo presidente caminaba el héroe con la modestia propia del talento impresa en el semblante. Todo en él era vulgar. Su nombre más que de sabio parecía de barba de sainete. Su apellido no estaba ligado por ninguna partícula á esas hojas patronímicas que, como Paredes, ó Córdoba, prestan frondosidad á los árboles genealógicos é impiden la falta de respeto