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Página:El Anacronópete - Viaje á China-Metempsícosis (1887).pdf/217

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el anacronópete

por un falso cómputo, seáis víctimas conmigo de esta conflagración universal.

Un rugido prolongado sucedió á las palabras del implacable loco. La situación era insostenible; las aguas desprendían bajo los piés de los viajeros las piedras de la colina, y la oscuridad era tan profunda que á dos pasos no se distinguían los objetos. Las fuerzas de Luís cedían al peso de su preciosa carga. Ello no obstante trató de subir hasta la punta del promontorio; pero una ráfaga le derribó y Clara desasida de sus brazos sepultóse en el abismo.

—¡Dejarme á mi que nado como un boquerón!—dijo Pendencia y se arrojó al agua; pero al caer, sin lastimarse gracias á la inalterabilidad, en vez de sumergirse en un cuerpo líquido dió con el inanimado de Clara tendido sobre una superficie sólida y dura. Un manojo de rayos iluminó el firmamento, y á su resplandor pudo el intrepido soldado medir la inagotable bondad de la Providencia, enviándole en un grito agudo todo un himno de alabanza.

—¡El cangrejo!—exclamó reconociendo el Anacronópete y recordando su condición retrógrada.

Era en efecto el vehículo, que arrastrado por la corriente flotaba sobre las olas junto á aquella colina que de tumba se había trocado en embarcadero.

Don Sindulfo, con los ojos inyectados en sangre, fué el primero en penetrar en él ciego de cólera.

El trasbordo se verificó sin dificultad por la galería que recibiera á Clara y al asistente, y unos segundos más tarde los expedicionarios, hendiendo aquella cortina de agua y fuego, seguían su curso navegando por la más diáfana y apacible de las atmósferas primitivas.

Ocupados en prestar auxilios á las enfermas y preocupados con la duración del síncope, todos advirtieron que andaba; pero á nadie se le ocurrió preguntar quién había puesto en actividad al coloso. Luís, ante el temor de que su pobre tío cometiese por razón de