interlocutores no ha oído lo que los otros se han dicho aparte. Consiste el movimiento en volver la espalda al público.
Siguiendo por la vía de los emblemas, no te sorprenderá el saber que, para demostrar un personaje que es hipócrita y de doble intención en sus actos, se pinta las narices con una mancha blanca. Por supuesto que abundan las prosopopeyas ó personificaciones de ideas, entre las cuales he visto á la inspiración, vestida como de arlequín, penetrar en el cerebro de varios examinandos que concurrían á un certamen del grado de mandarines, dando brincos por encima de sus cabezas.
Su literatura dramática no puedo yo apreciarla, aunque conozco algunas traducciones de obras antiguas. Sin embargo, sé de ella lo bastante para consignar que los entremeses modernos son, en su mayoría, obscenos y repugnantes, pintura fiel y exacta de sus costumbres. En ellos ves títulos como este: El castigo de una mujer que no ha tenido hijos varones, circunstancia que entre los celestiales autoriza al marido á tomar concubina legal; como verás cuando te dé á conocer al chino en familia. Son de larga duración, sin estar divididos en actos, ó constando de uno solo. Se representa y se canta en éllos, siendo de notar que, tanto los personajes masculinos como los femeninos, cantan en falsete con unas modulaciones imposibles de comprender, y llevando un compás muy parecido á un laberinto. Añade el acompañamiento de aquellas chicharras, y el ruido infernal del gong y los platillos, que aprietan sin compasión al final de cada pieza, y tendrás una idea de cómo se rinde aquí culto á Euterpe. Esto no obsta para que en Pekín haya un ministerio que se llama de la música.
Yo he asistido á la representación de una obra, que es la historia de un matrimonio, á cuyos contrayentes otorga el cielo, coram pópulo, el beneficio de un hijo