piamente hablando, que le está concedida al celestial, y cuya duración es generalmente de treinta días. Es condición indispensable que nadie éntre en el año nuevo sin haber pagado todas las deudas contraídas en el anterior; de ahí el que á la espiración de Diciembre los artículos de lujo se vendan en las tiendas por la mitad del precio, la estadística de hurtos, nunca robos, aumente de una manera considerable, y los prestamistas no puedan dar abasto á los clientes.
Quince días antes del que hoy se conmemora, las transacciones se paralizan; el chino, comerciante con lonja abierta ó propietario con casa cerrada—como lo están todas las que no son expendedurías, pues el prurito del celestial es que nadie inspeccione sus actos, y para ello fabrica su vivienda á cubierto del murallón que adopta por fachada—todo confucista, budhista ó taotista, en fin, barre ó manda barrer su hogar; operación que no vuelve á repetir hasta el año siguiente, pues entre otras preocupaciones, tiene la de creer que quitar las inmundicias, es ahuyentar la fortuna. Tanto es así, que el mayor castigo que en su superstición puede dársele á un celestial, es condenarle á pobreza eterna, pasándole una escoba por la cara. Y por mi nombre, que deben ser riquísimos, á juzgar por los ostensibles signos de economía de que hacen alarde.
Engalánanse los almacenes con hojarasca de papel de oro y de colores, con flores de artificio, con macetas de plantas naturales, algunas de las cuales, por su rareza, alcanzan ciento ó más duros de valor; ilumínase todo con arañas, linternas y candelabros; dispónese en el centro una mesita cubierta con riquísimo tapete de seda recamado de oro, sobre la cual el dragón sagrado ú otro ídolo de su devoción recibe la ofrenda de las golosinas que los visitantes han de comerse después, y da comienzo al disparo de millones de pequeños cohetes, con que sin interrupción están saludando á la luna.