que, después de seis años de transmigración, estaba reducido á custodiar cornúpetos jarameños, del mismo modo que entre los seres racionales se cuida de las odaliscas en el harem.
No olviden ustedes que, aunque transmigrado, don Serapio conservaba recuerdos de su vida anterior, porque de lo contrario ¿dónde estarían la gracia y el castigo de la metempsícosis? Sentado este precedente, asistamos á su soliloquio penetrando en sus reflexiones.
«Lo que es este año se puede decir que no tenemos invierno. Miren ustedes qué días estos. Yo estoy con un palmo de lengua fuera; y si es los muchachos, andan por ahí revueltos como en canícula; hace materialmente calor. La verdad es que esta existencia no deja de tener su encanto, sobre todo para las naturalezas pacíficas como la mía. Nadie se mete con uno, á uno le importa un pito todo cuanto pasa á su lado; buena yerba, buen establo y ningún quebradero de cabeza. Verdad es que tampoco me la quebraba mucho cuando era hombre; pero me la quebraban los demás, porque ya era el inquilino que no pagaba, el investigador de hacienda que me aumentaba la contribución, y eso que siempre que pasaba por el pueblo venía á vivir á mi casa; por más señas que como al maldito no le gustaba acostarse temprano, mi pobre mujer se tenía que quedar acompañándole hasta las tantas para hacerle la tertulia, porque lo que es yo con la primera campanada de las diez las buenas noches y á dormir. Ahora, nada; en cuanto amanece viene el mayoral, me dice: arriba, Manteca, y yo dolón, dolón, dolón á llevar á pacer á la gente del bronce; una vez en la pradera, á comer y á revolcarse; si hay alguna disputilla, de las que siempre tienen la culpa las vacas, los meto en cintura, porque, parece mentira; pero ahora que no tengo ni voluntad, ni inteligencia, ni raciocinio, ni nada, soy más valiente que cuando lo